viernes, 15 de enero de 2010

San Vicente se detuvo en el tiempo.

Da la impresión que con el último bagón del tren que pasó por San Vicente, el espíritu vicentino se essfumó de nuestra ciudad. San Vicente ha muerto o está en estado de coma.

En San Vicente tenemos una ciudad fantasma, habitada por seres humanos que simplemente existen o luchan por subsistir, pero se han olvidado de vivir y convivir inspirados en los principios y valores fundamentales del ser humano.

Muchos vicentinos han dejado de soñar o simplemente no han aprendido a soñar y a luchar por construir esos sueños. Deambulan en las calles buscando qué llevarse a la boca, cómo dañar a los demás y de qué manera aprovecharse de los ingenuos e imbéciles.

La ciudad entera es un caos, sus calles sucias y mal olientas, sus edificios descuidados y su gente suspendida en sus vicios y preocupaciones cotidianas. Los que parecen despiertos son fieras prestas a deborar cualquier presa fácil que encuentren al camino.

Los titulares de las diferentes instituciones gubernamentales y no gubernamentales, de los distintos partidos políticos, piensan sencillamente en satisfacer sus necesidades o intereses y por eso nunca hacen nada por despertar a los vecentinos y enrummbarlos en un esfuerzo común orientado a promover el desarrollo de la ciudad.

Ya pasó un año y el alcalde arenero aún no ha cumplido una sola de sus promesas, comprovando, de esta manera su incapacidad para administrar los biens públicos y promover el desarrollo de la ciudad.

Verdaderamente con el último bagón del último tren que pasó por nuestra ciudad se esfumó el espíritu vicentino y San Vicente adormecida, se detuvo en el tiempo.