Da la impresión que con el último bagón del tren que pasó por San Vicente, el espíritu vicentino se essfumó de nuestra ciudad. San Vicente ha muerto o está en estado de coma.
En San Vicente tenemos una ciudad fantasma, habitada por seres humanos que simplemente existen o luchan por subsistir, pero se han olvidado de vivir y convivir inspirados en los principios y valores fundamentales del ser humano.
Muchos vicentinos han dejado de soñar o simplemente no han aprendido a soñar y a luchar por construir esos sueños. Deambulan en las calles buscando qué llevarse a la boca, cómo dañar a los demás y de qué manera aprovecharse de los ingenuos e imbéciles.
La ciudad entera es un caos, sus calles sucias y mal olientas, sus edificios descuidados y su gente suspendida en sus vicios y preocupaciones cotidianas. Los que parecen despiertos son fieras prestas a deborar cualquier presa fácil que encuentren al camino.
Los titulares de las diferentes instituciones gubernamentales y no gubernamentales, de los distintos partidos políticos, piensan sencillamente en satisfacer sus necesidades o intereses y por eso nunca hacen nada por despertar a los vecentinos y enrummbarlos en un esfuerzo común orientado a promover el desarrollo de la ciudad.
Ya pasó un año y el alcalde arenero aún no ha cumplido una sola de sus promesas, comprovando, de esta manera su incapacidad para administrar los biens públicos y promover el desarrollo de la ciudad.
Verdaderamente con el último bagón del último tren que pasó por nuestra ciudad se esfumó el espíritu vicentino y San Vicente adormecida, se detuvo en el tiempo.
viernes, 15 de enero de 2010
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