lunes, 18 de mayo de 2009

La gobernabilidad de los mediocres en San Vicente

Cuando se catalogan como de libre designación puestos de servicio público que son fundamentales para el progreso y el desarrollo de los pueblos, surge una cantidad increíble de personajes mediocres buscando ocupar cargos públicos y políticos, que por su mediocridad técnica y profesional, con su mala gestión conducen al estancamiento económico y sociocultural de los pueblos. Buscando satisfcer sus intereses y ambiciones egocéntricas, olvidados totalmente del bien común, los políticos medicres se disfrazan adecuadamente y asumen la dirección de instituciones que son fundamentales para el desarrollo de los pueblos y las hunden en la mediocridad.
Ante el resto de la sociedad, los mediocres ofrecen una definición de la política poco agraciada: es la pasarela gracias a la cual es posible el acceso a puestos bien considerados y remunerados por parte de aquellos que jamás los alcanzarían por preparación, capacidad, méritos, experiencia e idoneidad.
No se piense que un mediocre carece de habilidades. En absoluto. Por ejemplo, el mediocre posee en grado sumo la de saber estar en los lugares oportunos en los momentos precisos. Intuyen como nadie a quién se deben arrimar, a qué actos deben acudir, a qué persona deben agradar. Si el despliegue de estas cualidades está reñido con la asistencia al trabajo, con el compromiso para con su tarea o servicio, con los deberes institucionales, con la necesidad de estar profesionalmente al día, con las exigencias diarias de un aula, o una oficina o biblioteca, peor para el trabajo.
Por eso son imbatibles en las conjuras, en las trampas, en falsear las apariencias, en las habladurías. Los que se dedican al trabajo carecen del tiempo y de la experiencia con que han contado para estos menesteres los mediocres. Una vez que llegan al puesto apetecido, alcanzan una sobresaliente habilidad en el arte de la supervivencia. Se la trabajan mucho, no tienen excesiva vergüenza, se saben humillar. Se anclan en sus ventajosos puestos gracias a que ponen en marcha dos importantes acciones: la creación de una red de intereses que es imposible de mantener sin ellos y la formación de equipos de personas algo más cortitas que la que los ha nombrado.
Tres son los principales peligros que conlleva el ejercicio del poder ejercido por este tipo de sujetos medicres. El primero lo apuntaba Juan de Mairena: "Siempre será peligroso encaramar en los puestos directivos a hombres de talento mediano, por mucha que sea su buena voluntad, porque a pesar de ella la moral de estos hombres es también mediana... Propio es de hombres de cabezas medianas el embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza". El segundo es la violenta oposición a las personas preparadas y comprometidas. Es Einstein el que con gran certeza y pocas palabras lo expresó mejor: "Los grandes espíritus siempre han encontrado la violenta oposición de las mentes mediocres. Estos últimos no pueden entender que un hombre no se someta irreflexivamente a los prejuicios hereditarios sino que emplee honestamente y con coraje su inteligencia". El tercero es que provocan que las personas inteligentes y preparadas no puedan desarrollar por completo sus cometidos. La mayor parte del trabajo la tienen que dedicar a arreglar y a recomponer lo que los mediocres estropean desde sus puestos superiores.
¿Qué efectos produce en la sociedad la incrustación en la trama de poder de estos reyes de la banalidad y príncipes del lugar común? Sobre todo, la desmoralización de los capaces. Cuando los que se quedan en sus lugares de trabajo comprueban cuáles son los mecanismos de promoción que emplean las medianías y cómo consiguen la atención de los políticos, se ven invadidos de cierto desánimo: el acceso a un nivel profesional más alto, la lógica aspiración a un destino mejor, la satisfacción del natural deseo de liderazgo, el compromiso para la participación en los asuntos comunes, etc., nada tienen que ver con hacer bien el trabajo, con cumplir con las obligaciones de cada uno, con atender bien a los administrados, con comprometerse con la buena marcha e imagen de la institución que se sirve.
Para los mediocres, los caminos son otros. Y cuando las virtudes cívicas y profesionales no sirven para nada es cuando se empieza a mirar para otro lado, a aflojar en los deberes profesionales, a cuidar la apariencia mientras se descuida el fondo, a separar lo que se dice de lo que se hace, a aflojar en el cumplimiento de las sanas costumbres... En pocas palabras, se manifiesta en todo su esplendor la gran obra que dejan al país estos curiosos especímenes: la implantación generalizada de la cultura del saqueo y la corrupción.
En los últimos años nuestro país ha estado siendo gobernado por medioceres, de ahí los altos niveles de corrupcion. También nuestra ciudad de San Vicente ha estado siendo gobernada por mediocres incapaces que lo único que han buscado es satisfacer sus propias ambiciones e intereses. Por eso tenemos una ciudad dormida y estancada que se ha venido quedando relegada en el ambito nacional.
Con el triunfo de ARENA en las elecciones municipales, nuestro municipio está siendo gobernado por este tipo de personas mediocres que no tuvieron la capacidad de elaborar un plan de gobierno para los próximos tres años y que hasta el momento siguen sin despertar.
Con el triunfo del FMLN en las elecciones presidenciales, tenemos en San Vicente, una lucha sin cuartel por obtener cargos y cuotas de poder. En esta lucha, los mediocres, descalifican a personas técnica y profesionalmente capaces para promover los cambios que el país y nuestra ciudad necesita.
Si queremos que San Vicente salga de este hundimiento en que la han dejado malos gobiernos del PDC, PCN, ARENA debemos exigir que el FMLN asegure personas capaces, honestas e idóneas como titulares de las distintas dependencias ministeriales presentes en nuestro departamento y en nuestra ciudad. El FMLN debe abandonar esas prácticas de piñatería a las que nos ha tenido acostumbrado ARENA y debe pensar en personas capaces e idóneas que saquen a San Vicente de este estancamiento en el que hemos caído.