jueves, 19 de febrero de 2009

CONSTRUYAMOS NUESTROS SUEÑOS


Hay un momento mágico e insustituible en la vida de todos los seres humanos y ese momento es: cuando soñamos despiertos. Es entonces, cuando imaginamos cosas posibles, lejanas, cercanas, imposibles, confesables e inconfesables que se producen los sueños grandes y diminutos que más tarde podrán convertirse en los ideales o las utopías que mueven a las personas y a los grupos sociales para impulsar las grandes gestas que son motivo de orgullo para las futuras generaciones.

Sin ese ejercicio de proyectar nuestra existencia más allá de la realidad, la vida sería muy poco y se vuelve monótona y aburida. Los sueños pueden ser individuales, familiares y hasta grandes delirios o sueños colectivos que mueven a pueblos, países y culturas enteras. Creo que la mayor diferencia entre los seres humanos y el resto de la naturaleza está precisamente en soñar, hablo de soñar despiertos. No sé, ni puedo adivinar cuales son los sueños mayoritarios de los vicentinos. No existen estudios y no hay encuestas que nos lo muestren; igualmente es difícil saber cuáles son los sueños profundos de cada uno de los vicentinos.

En este año electoral tan cargado de incógnitas, propuestas, dudas, preguntas y alternativas, creo que el sueño más extendido es que nuestro querido San Vicente, visto no como entidad abstracta, jurídica o geográfica, sino como espacio donde realizarse en la vida, siga mejorando, nos siga brindando posibilidades de trabajar, de estudiar, de discutir, de investigar, de enseñar, de invertir, de arriezgar y que en general nos ofrezca las condiciones mínimas para asegurar la convicencia fraterna, la realización personal y el desarrollo local.

Que la crisis que desde hace años se veía venir y hoy se ha hecho realidad, sepamos capearla con inteligencia y con mucho trabajo y constancia. De esa crisis que cada vez nos golpea más fuerte nada nos salva. En este momento electoral, aunque estemos cerca, lejos o en el medio de la política todos soñamos con elegir bien, con tener capacidad de razonamiento y de previsión, recuerdos y expectativas sobre el futuro que nos permitan elegir lo mejor para la mayoría.

Hay partes de la sociedad que tienen intereses diferentes, y eso no dejará de existir porque invoquemos a los santos. Yo sueño con que elijamos el camino que nos permita bajar los niveles de pobreza y desaparezca la miseria, porque creo que es un lastre para que el país despegue, crezca y se desarrolle. Que elijamos bien pensando en un futuro concreto, tangible, y no en palabras que se lleva el viento. Hay que tener sueños grandes que no abran a la esperanza y nos comprometan al cambio para no dejarnos transformar en reptiles culturales y nacionales, pero estos sueños tienen que tener raíces bien plantadas en la tierra, para poder germinar.

Yo sueño con una sociedad que tenga todas las virtudes y supere sus taras, sus miedos, sus negativismos, sus pequeñeces y recupere algo que fue señero en nuestra historia: un poco de locura, mucha más imaginación y audacia, es decir, sueño con un puñado de personas soñadoras y valientes, capaces de hacer realidad sus sueños. Somos pequeños y pobres, pero tenemos la obligación de soñar en grande. Por eso sueño con una ciudad más segura, no sólo para dormir más tranquilo, o cuando escucho los informativos, sino que sueño con una sociedad más vivible, más confiable en la que se promueva el desarrollo integral de las personas y existan condiciones para alcanzar la realización. Y sé que ese es un sueño que no se arregla con buenos deseos, sino con cosas duras y difíciles tareas que se deben ejecutar.

Sueño con una ciudad más culta, más educada, más emprendedora. Y no sólo en los grandes hitos, en los teatros maravillosos, en sus escritores, pintores, músicos, escultores, porque no los tenemos, sino en las cosas más pequeñas y cotidianas; en sus educadores, en sus estudiantes, en sus jóvenes y sus niños. Sin esa educación y esa cultura ninguno de los sueños anteriores será posible. Además, soñar en cultura y educación no tiene límites, sobre todo en San Vicente, que carece de ello.

Sueño con un ambiente intelectual más vivo, menos complaciente, más creativo, más disciplinado y más arriesgado, en el que no nos limitemos a describir la realidad y sobre todo a quejarnos de ella, sino que propongamos, que recuperemos la irreverencia y la audacia. No es una virtud sólo de los jóvenes con su cultura y su arte, es una condición general de los seres humanos, igual que la comodidad, el aplanarse y dejarse mecer por las diversas corrientes.

Mi sueño es agitado y tormentoso, es como una llama viva de fuego ardiente que consume, trasforma y purifica. Este sueño, trato de alimentarlo con preguntas sin límites. No sé si seré capaz de la audacia de responderlas. Pero sueño, y eso ya es importante. Sueño con seguir construyendo compañerismo, amistad, fraternidad. Desde mi infancia he sido un soñador y desde hace años vivo de esa materia prima, aunque a veces se haya transformado en amargura y dolor, pero a pesar de ello nunca renegaré de ella.

Yo, este año más que otros, quiero seguir soñando en ser instrumento en las manos de Dios y ser colaborador de Dios en la transformación de la sociedad en la que vivo. Mis sueños no tienen límites. Así son los sueños, por eso me atrevo a soñar con un mundo diferente, con una sociedad diferente, con una iglesia diferente. Sueño con una humanidad en la que miles de millones de seres humanos no estén sometidos a los vaivenes de una ruleta infernal en la que unas pocas decenas de personas y corporaciones se jueguen los destinos del planeta, disfrazando esas perversiones de normal funcionamiento del mercado. Este será un año duro, mucho más duro para esos hermanos que en todas las latitudes sufren en lo básico y se aferran con desesperación a sus vidas.

Sueño con que en San Vicente haya mejores oportunidades para los campesinos, porque sé perfectamente que los sufrimientos de los productores y de todas las familias rurales, desde la más previsora a la más despreocupada, nos afectarán a todos. Y sueño con que el cambio de políticas en nuestro gobierno, por lo menos, aporte un poco de sensatez en aquellos temas vitales para la población vicentina: frenar la pobreza, el desempleo, la inseguridad y delincuencia, aún a costa de la avaricia y el lucro.

Sueño con que una ola, casi imposible pero necesaria, de cordura recorra nuestra sociedad vicentina y que la ferocidad de la violencia que marca con sus cicatrices y divisiones nuestro país, nuestro departamento y nuesta ciudad desaparezca y de paso a la verdad, la justicia, el amor y la paz. Necesitamos construir una sociedad que dé paso a la búsqueda de otras vías para resolver los conflictos, para terminar con la división destructora. Sé que es un sueño casi imposible, porque ese viento helado de la muerte sopla desde intereses y visiones demasiado poderosas e implacables. Desde el poder supremo e imperial y desde el fanatismo religioso y del desprecio a la vida, incluso a la propia, se obstaculiza su realización.

Y de los grandes sueños paso a los más pequeños a los que caben en mi familia y mis amigos. Soy de una generación cuyas pasiones se superpusieron a todo, incluso a los padres, a los hijos, a las familias. Una generación que ha construido la sociedad sobre la mentira, el engaño, la violencia y corupción: Una generación que nos ha demostrado que los sueños mentirosos son los peores.

En San Vicente necesitamos un buen baño de sueños y de condiciones favorables para que se conviertan en realidades. Necesitamos de una generación joven de soñadores y poetas que nos permitan construir un nuevo modelo de sociedad y escribir una nueva página en la historia de nuestra ciudad. Vicentinos, vale la pena soñar y transformar esos sueños en realidad.